Vino nuevo... en odres renovados
Pues sí, parafraseando las palabas de Jesús, en un contexto distinto pero no tan diferente, nos toca aplicarlo a la faena cotidiana. No hay día igual que el anterior como tampoco se dan siempre los días como nos gustaran. Sea como fuere, la necesidad de renovación está ahí, casi sin que nos demos cuenta, y depende de nosotros tomárnoslo en serio.
Renovarse marcha en el sentido opuesto a acomodarse, arrutinarse, conformarse, etc. Es un vocablo que expresa sentido de pertenencia y de responsabilidad superior, porque reconoce lo que se tiene (y lo que no), y por eso busca crecer y superar para alcanzar la aspiración prevista. Renovarse no te quita nada, te brinda oportunidades nuevas para -sin dejar de ser lo que eres- conocerte mejor, examinarte mejor y reconducir mejor el camino a seguir.
¡Cuánto vino nuevo perdemos por el camino por no aprovechar el espacio de los odres que tenemos! Ya no se trata muchas veces de si sean nuevos o no estos odres, sino que desperdiciamos mucho contenido, mucho de nuestro talento, por caer en las mismas debilidades personales. Habrá odres viejos que hemos de cambiar, pero seguramente los más podremos seguir utilizándolos. No los tires, úsalos, pero sobre todo, renuévalos cada día.
Renovar la propia vida es parte del ejercicio cotidiano que sí tendríamos que apuntarnos a hacer. Sanear la propia vida ayuda a caminarla mejor. Por eso un buen calentamiento de nuestros músculos interiores, de nuestra voluntad y de nuestras capacidades personales nos vendrán estupendamente. Y aplicando este ejercicio interior, el vino de nuestros talentos podrá verterse mejor en nuestros odres, nuevos o no tanto, porque estarán continuamente renovados.
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