"Amo la vida y lucho por ella, pero he perdido el miedo a la muerte" Una frase como esta salió de la boca de un hombre pocos días antes de morir. Es una de las últimas frases completas y legibles que pude escuchar de él, y que resumen quizá una vida. Estas fueron las palabras que Héctor Murillo, enfermo de cáncer, un 12 de abril de 2011 -hace poco más de cuatro años-, por la tarde, me dirigía antes de dejar a su esposa Sandra y a su hijo Leo, de dos años de edad recién cumplidos, y partir al encuentro definitivo con Dios. Fui testigo una vez más de la acción misteriosa y descarada de Dios. ¿Por qué fue de esa manera?, ¿Por qué se fue tan joven? No lo sé ni lo sabré en vida aquí. Sin embargo sí sé que la vida de Héctor, y particularmente sus últimos tres meses, perdurarán en mi memoria y mi corazón por el resto de mi vida. Héctor para mí era mucho más que un amigo y él, desde arriba, no dejará que me equivoque al decirlo así. Conocí a Héctor poco más de tres
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