La dura circunstancia de Tabo con Manu que cambió su vida
Hace pocos días conversé por teléfono con un joven que conozco desde hace quince años.
Coincidimos en el mismo colegio, él como alumno y yo como formador. Recordamos,
aunque brevemente, algunas experiencias y correrías de aquellos tiempos, y en
concreto una de ellas, que comentaré ahora. Fue para mí una de las experiencias
que más marcaron mi incipiente trabajo formativo -que entonces iniciaba-, y que
sin duda ha dejado en mí una profunda huella. Si bien esta experiencia la he
contado varias veces a lo largo de estos años, prefiero plasmarla aquí para que
todos, conociéndola o no, tengan la referencia de primera mano. Por propia
petición del interesado y a los hechos que narraré, usaré otro nombre propio.
Mediados de octubre
de 1999, domingo por la tarde. Me encontraba
preparando las clases de formación que me tocaban impartir en los próximos días.
Pasadas las seis de la tarde llaman por teléfono. Contestó otra persona y a los
pocos segundos me pasa el teléfono, pues era para mí. Del otro lado, José Luis,
alumno de 3º de secundaria, me habla todo nervioso y entrecortado. La
verdad, como no lo entendía mucho, le pedí que hablara más despacio. Poco a
poco se fue calmando y me pidió verme en persona, que si podía venir a la casa.
Le pregunté si era algo urgente. Me dijo que sí y quedamos de vernos en media
hora. Y sí, pasados casi cuarenta minutos, llegó José Luis y conversamos un buen
rato. No paraba de llorar y de lamentarse. A continuación expongo el resumen de
lo que él me contó:
Resulta que José Luis
estaba en su casa, solo, viendo un partido de fútbol. Como a eso de las 5:00 pm
le llama por teléfono Manuel, su mejor amigo, y después de un breve saludo,
Manuel le hace esta pregunta: "Oye Tabo (apodo de José Luis), de verdad,
dime tres razones para seguir viviendo". Ante esta extraña pregunta, Tabo
-así me contaba él- se sintió incómodo y como que no quería darle importancia.
Después de unos segundos de duda y de decir cosas sin sentido, Tabo le
respondió tontamente, como si se tratara de una broma, con cosas más bien que
no venían a cuento. Cuando Tabo terminó de "responderle" a Manuel,
unos segundos después, escuchó un ruido, un disparo, del otro lado del
auricular. Un estampido con su fuerte zumbido le llego al oído, al que siguió
otro ruido, más conocido, dando a entender que del otro lado del teléfono
habían colgado.
Tabo volvió a llamar
a Manu, pero sonaba ocupado. Probó otras cinco veces, y lo mismo: ocupado...
Así que llamó a otro amigo, Fernando -"Fer" para los amigos-, que
vivía a dos calles de Manu. Cuando Fer le devolvió la llamada, le confirmó lo
sucedido: "¡Manu estaba muerto! ¡Se había pegado un tiro en la sien! Tabo se quedó de
piedra, atónito, como estático. Momentos intensos,
fuertes, de duda y de no saber ni qué decir ni qué hacer. Tabo se sentía sorprendido,
asustado e incrédulo ante lo que había experimentado unos minutos antes. En ese
momento pensó en alguien de confianza a quien contarle lo que sentía y llevaba
por dentro. Me siento muy agradecido que pensara en mí. Es cuando me llama por
teléfono y pide verme.
Más allá de la
experiencia externa -fortísima-, Tabo se sentía destrozado. Estaba plenamente
convencido que él había matado a su mejor amigo; le había fallado y no pudo
impedir la tragedia. Se sentía culpable que por su culpa Manu no encontrara
esas tres razones para vivir. No encajaba otro tipo de razonamientos, por más
lógicos y reales que fuesen. A esto, añadamos que su vida estaba entrelazada
por experencias religiosas y humanas muy contrastantes: padres divorciados,
poca frecuencia sacramental -si bien se sentía católico, de tradición, claro-,
bajo rendimiento académico, etc. Si bien esto no es lo importante de esta
experiencia, no ayudaba mucho a que este muchacho pudiera levantarse
fácilmente.
A partir de ese
domingo, la vida de Tabo pasó por un "túnel" oscuro. Rostro triste,
poco social, no le gustaba salir los fines de semana con los amigos. Lo único
que mantuvo asiduamente fue los entrenamientos de fútbol-sala y los partidos
con su equipo. Esto ciertamente le ayudó a mejorar su rendimiento escolar y a
dejar de tomar alcohol y fumar. No había manera de sacarlo de su situación
interior. No quiso psicólogos ni atención profesional de este tipo. Lo que sí
noté fue un creciente interés por las cosas religiosas, sobre todo las misiones
de evangelización. Le invité antes de Navidad a ayudarme para repartir
despensas en una zona de chabolas de Madrid. Él aceptó y desde ahí se encariñó
tanto con este tipo de actividades que cada mes acudía a las misiones que
teníamos en diversas poblaciones. Pero curiosamente, después de ese pequeño
"oasis" espiritual, volvía a ser el Tabo callado, silencioso y
apagado.
Todo cambió en Semana
Santa. Abril del año 2000. Meses antes comenzamos la campaña de promoción para
las misiones de Semana Santa. Auque en un principio Tabo no se animaba, dos
semanas antes -a mediados de marzo- me pidió que sí lo incluyera y que quería
participar y tener la experiencia. Yo todavía no sé si aceptó porque le
cancelaron el viaje que tenía a Mallorca para las vacaciones o porue de verdad
estaba ilusionado, o las dos cosas. El caso es que llegado el momento, se vino
con el grupo de jóvenes a Salamanca para las misiones de Semana Santa.
Y llegamos al sábado
22 de abril, Sábado Santo. Tabo se había comportado discretamente bien, y puedo
decir que aprendió mucho, pues no tenía experiencia de unas misiones así.
Después de comer, tuvimos un rato de descanso y de juego antes de prepararnos
para las celebraciones de la noche. Unos cuantos, Tabo entre ellos, fueron al
campo de fútbol del pueblo para jugar un rato. Es en este momento cuando
"algo" pasó. Lo cuento así como él mismo me lo refirió.
En un determinado
momento del partido, el balón se marcha fuera del campo, montaña abajo, como a
unos cincuenta metros, y cae al río. Como Tabo fue quien la mandó fuera, él
mismo bajó a buscar el balón. Cuando alcanza el río, nota que a pocos metros
estaban unas chozas donde no habían pasado durante los días anteriores para
visitar. Le nació de repente las ganas de aprovechar y visitarlas. Así que,
pateó el balón para que los demás siguieran jugando y él caminó hasta una de
las casuchas.
Tocó la puerta, y
nadie le respondió. Curiosamente veía la luz encendida y humo que salía por el
tubo que hacía de chimenea de ese recinto. Así que volvió a tocar, sin éxito de
respuesta. Curioso y ansioso, se recargó en la puerta y ésta se abrió poco a
poco, pues era de madera vieja y con agujeros. Al abrirse la puerta, chirriosa
y lentamente, logró ver que en una esquina -entre todo lo demás- yacía una persona
casi en el suelo; solo una manta y una toalla hacían de colchón y sábana
improvisados. Tabo entró, se acercó a esta persona y experimentó un asco
tremendo: un anciano sucio, olía fatal (a orina y heces), con restos de vómitos
en el pecho y en la toalla que le cubría, tosía mucho y como que le costaba
respirar. No describo más porque no es agradable. Y ante este panorama, sentía
el ímpetu de salir de ahí y volver al partido, pero también -así me lo
recordaba- sentía el deseo de quedarse ahí.
Y entonces salió
rápidamente para pedir ayuda. Corrió al campo, avisó y preguntó dónde estaba el
padre. El padre estaba en otra
comunidad confesando. Así que me llamaron para apoyar (pues estaba en la casa donde nos
hospedaban). Al llegar, como diez minutos después,
Tabo me estaba esperando en la puerta, con rostro alegre y como de fiesta. Me
dice: "Ya murió, no responde, pero ya entendí". Y sí, entro y
veo todo como él me lo estaba describiendo. Ese anciano
estaba ya tieso y algo frío, había muerto.
Tabo entonces me
contó qué hizo en esos diez minutos que transcurrieron entre su llamada y mi
llegada. Y es cuando me mira, sonriente, y me repite: "Ahora
entiendo todo, ahora ya capté todo". El que no entendía era yo, porque no
sabía a qué se refería. Y me explicó: "cuando volví a entrar a la cabaña,
solo y con miedo, escuchaba los jadeos del anciano. Y pensé que lo mejor que
podía hacer era rezar por él y hacerle la señal de la cruz en la frente. Que
así, pidiéndole a Dios por él, sería la mejor forma que se muriera y pudiera ir
al cielo. Y entonces recé un Padrenuestro, un Avemaría y un Gloria. Acabando de
rezar y de hacerle la señal de la cruz, ya no se movió más ni habló más.
Suspiró un poco y ahí se quedó".
Y prosiguió: "Y
créame que entonces me acordé de Manu y de ese domingo horrible. Y
entendí que si bien ese día por mi culpa maté a mi mejor amigo, hace unos
minutos tuve la oportunidad de ayudar a morir como se debe a este anciano. Dios
me dio la oportunidad de saldar las cuentas pendientes, y ahora puedo estar
tranquilo y feliz porque por primera vez me he sentido útil. Le doy gracias a
Dios por esta oportunidad porque mi vida ahora vuelve a tener sentido; ahora sí
tengo razones para seguir viviendo".
En ese momento me
quedé igual que como él se quedó cuando Manu se suicidó: sin palabras. Yo mismo
experimentaba por dentro parte de los sentimientos y emociones que Tabo estaba
sentía y experimentaba. También yo trataba de darme cuenta de una realidad, más
allá de las circunstancias que rodeaban este hecho. Y es que la vida es más que
un derecho, es un regalo. Cuanto más apreciamos nuestra vida, más la valoramos
y más la cuidamos. Y como consencuencia, valoramos la vida de los demás y nos
movemos a dar de nosotros por quienes necesitan nuestra ayuda.
Tabo experimentó que
la vida necesita razones y motivos que la sostengan, y sin ellas hacemos agua
por todos lados, hasta el extremo de tirarla sin remedio. Pero también
experimentó Tabo que una vida vale más que cualquier otra cosa, y que dar lo
mejor de ti por quien te necesita, te hace verdaderamente útil y te brinda la
oportunidad de dejar huella, la huella que no se borra y que no hay dinero que
la compense.
Por eso me animé a
escribir y recordar esta experiencia. Porque como Tabo, quizá hemos tenido
oportunidad de dar razones o motivos a otros sobre diversas cosas. Pero no sé
si estamos preparados para dar razón de nuestra propia vida. Y es que la vida,
y Dios con ella, nos brinda la oportunidad de enfrentarnos a nosotros mismos y
salir al paso de la vida de los demás. Cuanto más entienda el valor de mi
propia vida, mayor respuesta y mejor huella dejaré en la vida de los demás. Por
eso, bien valió la pena que Manu llamara a Tabo, y bien valió la pena que Tabo
se encontrara meses después con el anciano moribundo. Bien vale la pena la
propia vida, y bien vale la pena dar de la vida por los demás. ¿Acaso hay algo
mejor?
Una curiosidad. Desde que llegué a México hace ya muchos años (y puede que se dé
en otros países latinos) me he acostumbrado a escuchar -y a veces a decir- la
expresión "vamos a echarle ganas"; "le voy a echar muchas
ganas", etc. Al margen del dato
cultural, creo que en la vida no es suficiente ni correcto solo "echarle
ganas", porque de ganas no se vive, de ganas no se llega y de ganas no se
persevera. Tiene un límite, y cuando llega ese límite nos cansamos, nos
aburrimos y muchas veces nos desesperamos o dejamos de confiar.
Por eso, me permito
proponer otra expresión. En vez de "echarle ganas", a partir de ahora
ECHÉMOSLE AMOR. Con amor se recargan las pilas, con amor se camina mejor, con
amor se hace la vida más humana y más agradable. Ponle AMOR y verás la
diferencia. No vale la pena caminar por este mundo con ganas, porque duramos
poco. Te animo a que cuando estés tentado a decir o responder a alguien
"voy a echarle ganas" o expresiones similares, di VOY A ECHARLE AMOR,
ECHÉMOSLE AMOR. Notarás la diferencia. Es el cambio de quien tiene más que
ganas por la vida, sino AMOR que dar y AMOR que experimentar para vivir mejor.
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