El texto de san Juan (21, 1-19) nos presenta cómo Jesús resucitado renueva el amor de sus apóstoles para enfocarlos a su misión evangelizadora (pastoral). Comparto algunas reflexiones por si son de ayuda para renovar también nosotros nuestro amor para seguir testimoniando y compartiendo nuestra misión.
1. Lo obvio: que lo humano es insuficiente
Simón Pedro les dice: «Voy a pescar.» Le contestan ellos: «También nosotros vamos contigo.» Fueron y subieron a la barca, pero aquella noche no pescaron nada. (21, 3)
Quienes nos esforzamos por vivir nuestro compromiso bautismal entendemos que el servicio pastoral es una actividad cotidiana, que da sentido, te hace feliz y hace feliz a los demás también. La "pesca" es la actividad humana y pastoral de quien sigue a Jesús y trata de responderle con lo que tiene y sabe hacer. Y no lo hace solo, sino que lo vive y comparte con quienes le rodean.
¿Y qué sucede? que lo hacemos a nuestra manera, pensando que así es como Dios nos bendecirá más y tendremos éxito. Y resulta que no, pues lo humano tiene sus límites. Nuestra fragilidad se impone, es decir, fracasamos, no nos salen las cosas como pensábamos o queríamos. Se hace más lento todo, no avanzo, "no pesco".
¿No será porque pecamos de orgullo, de soberbia, de egoísmo?, ¿no será que pescamos a nuestra manera, y nada más? No falta la buena intención, no es cuestión de falta de cualidades y talentos, seguro. ¿Qué es entonces? Jesús se encarga de darnos la respuesta.
2. Y entonces aparece Jesús
Díceles Jesús: «Muchachos, ¿no tenéis pescado?» Le contestaron: «No.» El les dijo: «Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis.» La echaron, pues, y ya no podían arrastrarla por la abundancia de peces. El discípulo a quien Jesús amaba dice entonces a Pedro: «Es el Señor», se puso el vestido - pues estaba desnudo - y se lanzó al mar. (21, 5-7)
Ante la obviedad de la falta de resultados, porque lo habían hecho a su manera, Jesús viene a echar una mano. Y qué mejor que en su contexto (en el agua) y en su circunstancia (sin pescado). Les pide echar la red a la derecha de la barca. Es decir, hacer prácticamente lo mismo, pero a la manera de Jesús, hacerlo por, con y en Él. Cuando se hace así, en auténtica Comunión, las cosas cambian, porque no estamos solos; Él está con nosotros caminando, pescando a nuestro lado.
Echar la red a la derecha.... voltear nuestra vida para vivirla no solo a nuestra manera, sino a la manera de Dios, de Jesús. ¡y qué cambiazo! de la sequedad a la abundancia, de la frustración a la seguridad, de la mediocridad de vida a la fuerza que mueve esa misma vida.
Y claro, "es el Señor", ¿Quién sino? Por eso, Pedro se lanza al agua, porque se ha dado cuenta de la verdadera obviedad, pues reconoce que hacer las cosas a la manera de Jesús es lo que da fruto, lo que da paz y felicidad. Y no duda en ir hacia Él.
¡Cuánto necesitamos reconocer que estamos lejos de vivir y hacer las cosas a la manera de Jesús. Echar la red a la derecha es más que creer, que saber las cosas, que tener buenas intenciones, que comprometerse incluso a responder y hacer más por Dios. Echar la red a la derecha es sanear nuestra mente y sobre todo nuestro corazón de la contaminación de nuestras pasiones, de nuestra fragilidad. Echar la red a la derecha es confiar en Jesús para hacer las cosas y para vivir a la manera de Dios, y no solo a nuestra manera.
3. El momento central de comunión: la Eucaristía
Díceles Jesús: «Traed algunos de los peces que acabáis de pescar.» Subió Simón Pedro y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y, aun siendo tantos, no se rompió la red. Jesús les dice: «Venid y comed.» Viene entonces Jesús, toma el pan y se lo da; y de igual modo el pescado. (21, 10-13)
Los peces -los resultados de nuestro esfuerzo- y la satisfacción que da hacer las cosas bien, es increíble, y más si se ven con tal claridad. Y más si sabes que lo has hecho por, con y en Jesús, que está contigo. Pero falta algo, lo más importante, que es compartirlo con los tuyos. La vida que no se comparte, no termina de transformarse y transformar el entorno. Así que Jesús invita a comer, a compartir la vida y el momento. Y llega el momento central de esta comunión, que es partir el pan (y el pescado).
La unión se demuestra en los momentos más íntimos, más fuertes, más importantes. Para quienes seguimos a Jesús, lo que nos une es el amor que nos tenemos (comunión); esta relación es personal, única, propia. Por eso cada vez que lo experimentamos, lo celebramos, lo transmitimos y lo compartimos, estamos testimoniando nuestra vida como cristianos y apóstoles (discípulos misioneros).
4. El amor que se purifica, queda redimido
Después de haber comido, dice Jesús a Simón Pedro: «Simón de Juan, ¿me amas más que éstos?» Le dice él: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero.» Le dice Jesús: «Apacienta mis corderos.» Vuelve a decirle por segunda vez: «Simón de Juan, ¿me amas?» Le dice él: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero.» Le dice Jesús: «Apacienta mis ovejas.» Le dice por tercera vez: «Simón de Juan, ¿me quieres?» Se entristeció Pedro de que le preguntase por tercera vez: «¿Me quieres?» y le dijo: «Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero.» Le dice Jesús: «Apacienta mis ovejas». (21, 15-17)
¡Qué increíble lo que está por suceder! Para mi, uno de los momentos más dramáticos vividos por una persona y contado por los evangelios. Y tenía que ser Juan evangelista el testigo de este episodio.... Jesús separa a Pedro de entre los demás (ellos son los dos protagonistas de inicio a fin en este capítulo) y se pone a charlar con él. Una charla que marcará la vida de Pedro hasta el final de sus vidas.
La misma pregunta, repetida tres veces, y llena de detalles. Pedro las escuchaba y recibía como un flechazo a su corazón, evitando desangrarse más en su interior desde que el jueves santo había traicionado a su maestro. El amor es así, todo o nada, y Jesús le está curando para que este hombre deje de ser Simón y se convierta en Pedro; la "piedra" sobre el que definitivamente edificará su iglesia.
Al tercer "¿me quieres?" ya no aguantó más. Su corazón terminó de sangrar, pero ya estaba purificado por el amor que Jesús le estaba confirmando. Dentro de él seguro que experimentó el perdón sanador que solo Jesús puede otorgar, que le lleva a responderle de la misma manera que la primera vez que se cruzaron sus vidas: «Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero.» Nada más que decir. Su amor a Cristo había quedado redimido para siempre.
«Apacienta mis ovejas». Qué consolador y comprometedor es Jesús con Pedro. Toda una confirmación de la misión encomendada. Apacentar es sinónimo de cuidar. Un cuidado integral basado en el amor personal que le permite acompañar la vida y misión de las ovejas que el Señor ya ha puesto y continuará cruzando en su vida.
Así es como Jesús hace con cada uno de nosotros. Estas mismas tres palabras resuenan en nuestro corazón como lo hizo en el de Pedro. «Apacienta mis ovejas» es la invitación que hoy volvemos a escuchar de Jesús a nuestro corazón, como a Pedro hace ya mucho tiempo. La misión de la familia cristiana es ésta: cuidar a las personas, acompañarlas en el camino de vida, en libertad y en la verdad, hacia la vida eterna.
5. La palabra que resume una vida
Dicho esto, añadió: «Sígueme.» (21, 19)
Una vez purificado y redimido el amor, basta una palabra para que Pedro entienda cómo responder al amor de Jesús: estando con Él. «Sígueme» fue la palabra que le sedujo para conocer a una persona excepcional; con el paso del tiempo esa seducción se convirtió en decisión de vida (aún inmadura, pero real), y ahora sellaba un compromiso de por vida, con la seguridad de quien -no solo echa la red (talentos) a la derecha-, echa la vida entera y la pone al servicio de sus hermanos.
«Sígueme» es la lección a la que nos invita el Señor: a echar la red con Él, pero sobre todo a echar la vida entera por, con y en Él. Jesús mismo ya nos lo aseguró "el ciento por uno en esta vida, con persecuciones, y después la vida eterna" (Mc 10, 28-31).
«Sígueme» es también la palabra que resume una vida de amor, de entrega, de disponibilidad, de servicio, de caídas y levantadas, de sufrimientos y pecados junto con fragilidades que son asumidas por ese amor que bien vale la pena y la vida vivirlo con Jesús. Por este «Sígueme» tantas personas, hermanos nuestros, han compartido y entregado sus vidas, testimoniando este amor tan único e irrepetible, traducido en infinidad de obras, ministerios, carismas, etc.
Qué mas hace falta si ya nos ha dicho todo lo que necesitamos saber. Nos queda continuar respondiendo. Tenemos la mejor aliada, nuestra Madre Santísima, que aunque no aparece aquí, es quien mejor puede acompañar nuestra vida para seguir a Jesús. La experiencia de Pedro, como la de los discípulos de Emaús «¿no ardía nuestro corazón...?» (Lc 24, 32) es similar; ojalá también sea la nuestra. En resumen, aprendamos a vivir y compartir nuestra vida no solo a nuestra manera, sino a la manera de Jesús. Ya sabes qué sucede.
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