La moneda de tu vida
Dos caras y dos sentidos, ¿Cómo la empleas?
He tenido la oportunidad de acompañar a muchas personas en sus últimos instantes de vida, y también he asistido o celebrado muchos funerales. Como persona -y con el paso de la vida-, me ha tocado vivir estos momentos tan particulares. Y les digo que me he hecho mucho más humano, si cabe. Por esta razón y a la luz de las experiencias vividas, quiero compartir unas reflexiones que pueden ayudar a descubrirnos un poco más lo que somos y lo que tenemos entre manos: nuestra propia vida.
Todos conocemos el significado y el uso de una moneda. Entraña un valor real, independiente del dueño de la misma y que consta de dos lados o caras, que acuñan y garantizan ese valor. Así también podemos – y a mí me gusta – ver nuestra propia vida: una moneda que tiene un valor bien definido, objetivo, que no le puse yo, y que consta de dos caras o lados que garantizan mi existencia y realización. Por eso, creo que la vida, entre otras muchas otras definiciones, es un VALOR, que tiene dos rostros o caras, que la identifican y la garantizan mientras exista, dejando al propietario, a cada ser humano, la responsabilidad de su uso. Veamos cuáles son estas dos caras:
a) El rostro o la cara del dolor: somos conscientes y no necesita mucha explicación esto. La vida cuesta, a veces duele, y vivimos situaciones y realidades que no nos gusta. Tememos fallar o equivocarnos, y nos comportamos en ocasiones de manera egoísta, orgullosa y caprichosa.
Pues sí, efectivamente, el mal, lo negativo y lo doloroso -personal y ajeno-, toca a la puerta de nuestra vida muchos días. Es, por decirlo así, parte de mí y que no puedo quitar. El dolor integra así un lado de mi vida.
b) El rostro o la cara del Amor: aquí está la otra experiencia de la vida, que imprime una huella particular. Es el lado opuesto al dolor, pero además, bien usado y puesto en práctica, es el lado que da sentido al mismo dolor, y que produce en la persona ganas de vivir de la mejor manera posible.
Este lado es el de los momentos felices, alegres y festivos. Pero sobre todo de la realización personal, de la felicidad interior y del gozo por ser lo que se es y haber realizado y obrado grandes logros en la vida. En síntesis, podemos decir que es el lado y rostro de quien vive en paz y transmite esa paz a los demás, pues se sabe necesitado, pero también responsable de su vida, y lo manifiesta en su casa, con su familia, en el trabajo, con sus amigos, y con el mismo Dios, por qué no.
Hablaba al inicio de las experiencias tenidas al acompañar muchas personas en sus últimos momentos de vida, y también con las familias y demás personas en los funerales. Precisamente en el contacto con estas personas, una de las preguntas más recurrentes que me han dirigido han sido: -¿y qué he hecho yo con mi vida?; ¿Cuánto ha valido la pena mi vida?, y preguntas del estilo. Estas y otras más cuestiones me dan pie para hablar del así llamado “coste de la vida”, visto en perspectiva. Son como las lecciones o puntos fijos que toda persona plantea y que vale la pena responderse adecuadamente.
- Algo que he experimentado en casi todos los casos, es que en la vida no todo puede entenderse, y aún con esfuerzo, a ciertas experiencias no se le haya significado. Sobre todo cuando nos fijamos en el lado “oscuro” de la vida, en el rostro del dolor -y también, aunque menos, del lado del amor- nos sentimos impotentes, porque no entendemos: situaciones, comportamientos, etc.
Una de las claves de acceso para acomodar todo cuanto nos cuesta y duele -e incluso lo que nos beneficia- es no fijarnos en el por qué sino en el para qué. Es decir, qué lección saco de esta situación (muerte de un ser querido, problemas personales o familiares, asuntos laborales, etc.). Recuerda que en la vida no estamos solos, que cuanta más ayuda pidamos, más motivos encontraremos para seguir adelante. Cuanto más te encierres, más te bloqueas. Ábrete a Dios y a cuantos están a tu alrededor. En ellos y con ellos encontrarás las respuestas que necesitas.
- Otro aspecto o lección a destacar en este “coste” de la vida, es que nos fijamos en el cuánto he hecho (que tiene su importancia y necesidad), pero no tanto en el cómo lo hice (que es precisamente lo que me define).
Muchas veces las apariencias engañan, y creemos que por la cantidad de cosas que hacemos somos felices. En los últimos momentos de la vida son muchas las personas que me comentan lo mismo: -“si tuviera más tiempo, volvería a rehacer mi vida, pero mucho mejor”; -“me arrepiento del tiempo que tiré a la basura”; -“¡Qué poco hice con lo que tenía”, etc. Fuera de dramatismos, si bien se hacen muchas cosas, es cierto que no las valoramos lo suficiente, y por eso las hacemos con menor sentido, ilusión y cariño.
Es momento para detenerse y echarle un vistazo a la propia vida. Verificar si de verdad la valoro adecuadamente, si uso mis talentos lo mejor que puedo. Revisar cómo balanceo y ajusto estos dos lados inherentes a mi existencia (dolor y amor) y cómo los incorporo a mi quehacer diario. Y también qué estoy dispuesto a hacer, o a cambiar, para que mi vida valga honestamente la pena.
Por último, una frase que puede sintetizar todo lo dicho y que da sentido a una vida: NO HAY AMOR SIN DOLOR, Y NO HAY DOLOR QUE NO SE PUEDA AMAR. Y es que cuanto quiero y amo, cuesta sacarlo adelante; y justo porque cuesta, es más valioso. Y cada contraste y revés de la vida no será simple derrota, sino oportunidad para demostrarme y demostrar a los demás de lo que estoy hecho, del corazón que tengo, y de la valentía y coraje para hacerlo parte de mi vida y seguir caminando para adelante.
No estás solo en la vida. También Dios nuestro Señor, que te acompaña, y muchos más que seguramente están a tu alrededor, te animan e invitan a dejar una huella, tu propia huella. Ponle todo lo mejor de ti, para que al final de la vida en este mundo puedas irte en paz, porque no dejas cuentas pendientes con nadie, y sobre todo, porque usaste bien la moneda de tu vida.
a) El rostro o la cara del dolor: somos conscientes y no necesita mucha explicación esto. La vida cuesta, a veces duele, y vivimos situaciones y realidades que no nos gusta. Tememos fallar o equivocarnos, y nos comportamos en ocasiones de manera egoísta, orgullosa y caprichosa.
Pues sí, efectivamente, el mal, lo negativo y lo doloroso -personal y ajeno-, toca a la puerta de nuestra vida muchos días. Es, por decirlo así, parte de mí y que no puedo quitar. El dolor integra así un lado de mi vida.
b) El rostro o la cara del Amor: aquí está la otra experiencia de la vida, que imprime una huella particular. Es el lado opuesto al dolor, pero además, bien usado y puesto en práctica, es el lado que da sentido al mismo dolor, y que produce en la persona ganas de vivir de la mejor manera posible.
Este lado es el de los momentos felices, alegres y festivos. Pero sobre todo de la realización personal, de la felicidad interior y del gozo por ser lo que se es y haber realizado y obrado grandes logros en la vida. En síntesis, podemos decir que es el lado y rostro de quien vive en paz y transmite esa paz a los demás, pues se sabe necesitado, pero también responsable de su vida, y lo manifiesta en su casa, con su familia, en el trabajo, con sus amigos, y con el mismo Dios, por qué no.
Hablaba al inicio de las experiencias tenidas al acompañar muchas personas en sus últimos momentos de vida, y también con las familias y demás personas en los funerales. Precisamente en el contacto con estas personas, una de las preguntas más recurrentes que me han dirigido han sido: -¿y qué he hecho yo con mi vida?; ¿Cuánto ha valido la pena mi vida?, y preguntas del estilo. Estas y otras más cuestiones me dan pie para hablar del así llamado “coste de la vida”, visto en perspectiva. Son como las lecciones o puntos fijos que toda persona plantea y que vale la pena responderse adecuadamente.
- Algo que he experimentado en casi todos los casos, es que en la vida no todo puede entenderse, y aún con esfuerzo, a ciertas experiencias no se le haya significado. Sobre todo cuando nos fijamos en el lado “oscuro” de la vida, en el rostro del dolor -y también, aunque menos, del lado del amor- nos sentimos impotentes, porque no entendemos: situaciones, comportamientos, etc.
Una de las claves de acceso para acomodar todo cuanto nos cuesta y duele -e incluso lo que nos beneficia- es no fijarnos en el por qué sino en el para qué. Es decir, qué lección saco de esta situación (muerte de un ser querido, problemas personales o familiares, asuntos laborales, etc.). Recuerda que en la vida no estamos solos, que cuanta más ayuda pidamos, más motivos encontraremos para seguir adelante. Cuanto más te encierres, más te bloqueas. Ábrete a Dios y a cuantos están a tu alrededor. En ellos y con ellos encontrarás las respuestas que necesitas.
- Otro aspecto o lección a destacar en este “coste” de la vida, es que nos fijamos en el cuánto he hecho (que tiene su importancia y necesidad), pero no tanto en el cómo lo hice (que es precisamente lo que me define).
Muchas veces las apariencias engañan, y creemos que por la cantidad de cosas que hacemos somos felices. En los últimos momentos de la vida son muchas las personas que me comentan lo mismo: -“si tuviera más tiempo, volvería a rehacer mi vida, pero mucho mejor”; -“me arrepiento del tiempo que tiré a la basura”; -“¡Qué poco hice con lo que tenía”, etc. Fuera de dramatismos, si bien se hacen muchas cosas, es cierto que no las valoramos lo suficiente, y por eso las hacemos con menor sentido, ilusión y cariño.
Es momento para detenerse y echarle un vistazo a la propia vida. Verificar si de verdad la valoro adecuadamente, si uso mis talentos lo mejor que puedo. Revisar cómo balanceo y ajusto estos dos lados inherentes a mi existencia (dolor y amor) y cómo los incorporo a mi quehacer diario. Y también qué estoy dispuesto a hacer, o a cambiar, para que mi vida valga honestamente la pena.
Por último, una frase que puede sintetizar todo lo dicho y que da sentido a una vida: NO HAY AMOR SIN DOLOR, Y NO HAY DOLOR QUE NO SE PUEDA AMAR. Y es que cuanto quiero y amo, cuesta sacarlo adelante; y justo porque cuesta, es más valioso. Y cada contraste y revés de la vida no será simple derrota, sino oportunidad para demostrarme y demostrar a los demás de lo que estoy hecho, del corazón que tengo, y de la valentía y coraje para hacerlo parte de mi vida y seguir caminando para adelante.
No estás solo en la vida. También Dios nuestro Señor, que te acompaña, y muchos más que seguramente están a tu alrededor, te animan e invitan a dejar una huella, tu propia huella. Ponle todo lo mejor de ti, para que al final de la vida en este mundo puedas irte en paz, porque no dejas cuentas pendientes con nadie, y sobre todo, porque usaste bien la moneda de tu vida.
Comentarios