II. La propia familia (recibida y formada)
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Habiendo partido de la realidad existencial -mi propia vida-, primera gran columna de mi edificio personal, fijémonos ahora en nuestra siguiente columna, íntimamente unida a la primera. Al llegar a este mundo comenzamos nuestra existencia, y al nacer lo hacemos como parte de la sociedad. Esto nos identifica como pertenecientes ...a un núcleo de personas que tienen que ver conmigo: mi familia.
Al inicio, como ambiente de personas donde recibo y asimilo mientras crezco; después, los hago parte de mi vida en cuanto que les debo cuanto han hecho por mí y me acompañan; y más adelante como protagonista principal en la formación de otros nuevos miembros en los que experimentaré cuanto hicieron por mí. Por eso, hablar de la familia (propia o formada), independientemente de la situación que atraviese, es más que necesario: es vital.
Si la vida es por encima de todo un regalo -además de un derecho-, la familia también lo es. Porque si nadie escogió vivir, mucho menos de quién venir y dónde nacer y desarrollarse. No es mérito nuestro, ni culpa nuestra ni de nadie la familia que nos “tocó” y acogió. Repito, sin fijarse en las personas o situaciones familiares, es un bien y una necesidad que tengamos una familia, y Dios lo sabe mucho mejor que nosotros, pues solos no podemos realizarnos adecuadamente. Por eso, entendemos mejor por qué las personas nacemos indefensas, necesitadas. Quién mejor que nuestros padres y familiares para ayudarnos a vivir y realizarnos lo mejor posible.
Ahora bien, la realidad concreta de toda familia, y muchas veces la ausencia o carencia de ella, o parte de ella, dificulta mucho las cosas. Es cierto. Aún en estos casos, no podemos renunciar a cuanto de grande, necesario y vital tiene la familia y sus integrantes: enseñar, educar y formar personas humanas. Cuanto mayor amor, unión, cariño y esfuerzo haya, tanto más repercutirá en cada uno de sus integrantes. Esta es la realidad y aquí encontramos precisamente el reto. Por ello, cuanto sigue buscará ser una especie de hoja de ruta, de trazado, para buscar y colocar bien esta columna, pilar insustituible de la persona humana.
A. Ser y sentirme hijo/hija:
Suena lo mismo pero no lo es. De la realidad biológica, común a todos, necesitamos dar el salto a la realidad psicológica y de pertenencia real y personal. ¿Por qué lo menciono? Porque, ya está dicho, nadie escogió los padres y la familia que tiene. Pero esto no es suficiente. La experiencia cotidiana nos muestra que muchos hijos biológicos no se sienten de verdad “en familia”, o no la tienen, o la tuvieron en el pasado; una gran tragedia. Vayamos pues a lo importante: sentirse hijo de una familia.
Hijo es quien recibe el apellido de sus padres, y por tanto pertenece a una pequeña sociedad de personas: la familia. Pero una cosa es cierta, el apellido no me hará persona. Por eso, apunto aquí dos puntos importantes para sentirse hijo dentro de una familia:
- Asimilar, aprender y valorar cuanto recibo de mis padres. Mucho o poco que sea, lo hacen por mí, gratis, con sacrificio y amor. Me demuestran que me quieren y buscan lo mejor para mí.
- Respetar y acompañar en todo lo posible las vidas y decisiones que toman mis padres. Cuanto más me meta en su vida y problemas, más me perjudico y más me frustro. No puedo cambiar a mis padres, pero sí puedo ayudarles en lo que pueda, como ellos lo hicieron por mí.
En ambos casos, el motivo principal que ha de engrasar esta maquinaria es el AMOR, que se traduce en respeto, cercanía, apoyo, comprensión y colaboración. Cuanto mayor amor exista y se experimente -aún con todos los problemas de cada día-, se perseverará en la unidad, clave del éxito familiar.
B. Ser y sentirse hermano/hermana y pariente:
Como en el punto anterior, de la realidad biológica, que varias personas hayamos nacido de la misma madre y compartamos mismos apellidos, sí nos convierte en hermanos de sangre. Pero, de la misma manera pregúntate ¿cuánto hermano -y por ende, se extiende a los demás familiares- te sientes? Aquí te sugiero dos líneas de acción, puestas en preguntas, para verificar tu hermandad:
- ¿Cuánto los valoras? Se entiende que dependiendo de la edad y demás factores externos, no siempre será posible valorarlos como se deba. Pero más allá de las circunstancias, ¿has valorado a tus hermanos? Conforme crecemos, nos damos cuenta que son parte de mi vida. Y cuanto más me una a ellos, más provecho sacaremos y mayor cariño nos tendremos. En lo que pueda ayudarlos, todos ganamos; si no ayudo, más me alejo.
- ¿Estás dispuesto a sacrificarte por ellos? Suena fuerte, pero habrá momentos y situaciones donde el sacrificio de uno ayudará al bien del otro o de todos. Una desgracia familiar, un problema económico o familiar, etcétera. Si estás dispuesto a sacrificarte por los tuyos, significará que no solo eres, sino que te sientes parte de ellos.
Una vez más, la tuerca que mueve todo este engranaje personal vuelve a ser el AMOR. Porque los quiero, los espeto y los cuido (no quita esto las típicas discusiones y encontronazos). Significan mucho más que compañeros de habitación o de casa, pues forman parte de mí. Los necesito y cuento con ellos como ellos cuentan conmigo. Así se fomenta y conserva la unidad en la familia, tanto en momentos duros como alegres.
C. Ser y sentirse padre/madre:
Tocamos aquí el punto álgido de la escala familiar, así como también el regalo más propio del ser humano: dar la vida para formar una nueva vida en todas sus dimensiones. Ser padre -y más ser mamá- es algo increíble. Pero vamos a lo mismo, va mucho más allá del dato biológico-físico. Es una realidad unitiva, que por el amor abraza también la dimensión procreativa. Al igual que en los otros dos puntos, no basta contentarme con tener hijos, que desde luego son una bendición. Necesitas demostrar ser padre, sentirlo como tal. Enumero dos aspectos que pueden serte útiles, sea que ya eres papá, o para cuando lo seas:
- Un papá y mamá sanos tendrán y criarán hijos sanos. Y digo sanos en las dimensiones humanas: sano físicamente, sano mentalmente, sano espiritualmente. Cuanto más felices, realizados y generosos sean los padres, sus hijos tendrán un ejemplo a seguir en casa y no buscarán otros modelos fuera. Esto es determinante.
- Unos papás que se respetan, se comprenden y se interesan por sus hijos, vivirán en paz (dentro de los problemas) y sabrán educar mejor a los hijos. Lo duro y difícil del matrimonio comienza y termina cuando se piensa solo en sí mismos, y los demás ya no son importantes. Por eso: padres generosos, hijos generosos. Y por el contrario: padres egoístas e irresponsables, hijos descuidados.
Una vez más, vuelve a ser el AMOR el motor que hace que todo funcione. El amor que primero con su “click” unió dos vidas en matrimonio; el amor que fue dando espacio a nuevas vidas: los hijos; el amor que busca lo mejor para quienes ama genera unidad y paz; y el amor, que mantiene a una familia en las buenas y en las malas. Es el único antídoto fuerte y eficaz contra cualquier virus: egoísmo, irresponsabilidad, infidelidad.
Piénsalo un poco y asegúrate que el regalo recibido, que es tu vida quede bien afianzado dentro del segundo regalo o columna con que cuentas: tu familia. Agradécela, ponle cariño y da cariño a quienes te lo han dado primero. Aprovéchala, porque has recibido y recibes mucho a través de ella; y cuídala, porque algún día también tu familia te necesitará, no solo para los momentos duros de la vida, sino también para estar a su lado cuando lo necesiten.
Afianza bien este regalo, esta columna, porque efectivamente es uno de los pilares que más se desgastan y se pueden dañar. La solución no está fuera, sino dentro de ti. Ponle amor y sacarás amor; ponle ilusión y empeño. Vale la pena. La vida, tu familia y Dios te lo recompensarán.
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