La Trilogía del creyente
Parte 1. La Fe: el Don y el regalo de Dios para mi
Desde muy pequeños, tanto en casa, en la escuela o en la catequesis también, nos enseñaron y repitieron que existen tres virtudes teologales: la fe, la esperanza y la caridad. Y siempre se nos enseñó así y en ese orden. De tanto escuchar y repetir, se nos quedó el estribillo, pero no sé si alguien se ha preguntado porqué así y en ese orden y no otro. Por ejemplo: primero la esperanza o la caridad -por ser éste el más importante-, etc. Sin dar lecciones de teología me propongo, brevemente, abrir el apetito sobre este asunto y dejar algunas pautas básicas para comprender mejor el porqué de esta Trilogía del Creyente.
Hablar de don quiere decir de una capacidad y una cualidad especial. Capacidad porque me brinda la oportunidad de realizar algo, y cualidad porque me hace capaz para ejercitarlo adecuadamente. Si esto lo encauzamos a Dios y a la relación mutua con un ser humano, está claro que la Fe es un don. Primero, porque me capacita para entablar una cercanía y comunicación (relación) personal con Él, y segundo, porque me cualifica para que esta relación sea fuerte, estable, profunda y sólida en el transcurso de dicha relación, esperando que dure a lo largo de mi existencia.
Pero también la Fe hemos de verla como regalo. Y de la misma manera, hablar de regalo es hablar -en términos espirituales- de objeto (material y espiritual) que no tengo por méritos propios, y que satisface una necesidad personal e interior en orden a mi felicidad y realización. Atención a esto, porque cada palabra usada aquí acuña un contexto propio y unas consecuencias importantes. Repasemos juntos.
1. La Fe vista como objeto: espiritualmente tiene su sentido, pues tiene que ver conmigo porque puedo obtenerla, comprenderla (en orden a mi capacidad) y utilizarla (para provecho personal y ajeno). Y sí, está claro que en mi relación personal con Dios -y la de Él conmigo-, yo la obtengo, la recibo; puedo comprender y dar pasos adecuados en mi vida si me oriento de quien pueda ayudarme eficazmente; y la utilizo convenientemente para mi bien -creciendo y madurando-, pudiendo servir no solo a mi sino a quienes estén a mi alrededor.
2. La Fe no la tengo por méritos propios: al ser un regalo, quien lo da no lo hace por mera justicia sino por pura bondad y misericordia, y no por haber cumplido unos requisitos. Aquí insisto en la grandeza de quien nos la da y en la poca gratitud que manifestamos quienes la hemos recibido, porque creemos merecerla automáticamente por nuestros méritos y logros personales. Pues no. Dios nos la dio, y en nuestra aceptación y respuesta está la clave del resto. Y lo que es más, este regalo permanece aún cuando nuestra relación con Dios no sea la mejor. Tanto nos conviene que, por si fuera poco, nos la aumenta si se lo pedimos.
3. La Fe satisface una necesidad personal e interior en orden a mi felicidad y realización: sí, este regalo que recibo y que voy descubriendo poco a poco está "hecho a medida", es para mi. Y aunque muchos lo tienen o comparten, nadie lo posee y lo vive como yo. Y claro, esta situación me hace original porque satisface y se adapta a mi realidad, como yo soy. Lo que necesito entender, lo que necesito hacer y lo que necesito vivir puedo entenderlo, hacerlo y vivirlo mejor con y desde la Fe. De ahí que la Fe satisfaga, si la ejercito adecuadamente, los diversos ámbitos de mi existencia.
En resumen, Dios me regala y mantiene la Fe. Es impresionante si reflexionamos lo grande de este don y la responsabilidad que implica: que nosotros lo aceptemos, lo cuidemos y lo aprovechemos.
Que lo aceptemos: al no ser nuestro sino recibido de otro, tenemos la opción de tirarlo, usarlo mal o despreciarlo. Aceptarlo quiere decir dejarme interpelar por quien me lo da porque sabe que lo necesito.
Que lo cuidemos: porque lo podemos estropear, usar mal, dejar de interesarnos por él, etc. Cuidar la fe, entre otras cosas, significa valorar esta relación con la persona de quien depende mi existencia. Además, responde a las cuestiones y expectativas que atañen a mi vida. No puedo perder este regalo y de ahí que lo tenga bien cuidado.
Que lo aprovechemos: evidentemente, si lo tengo, lo valoro y lo cuido, la consecuencia es que lo utilice lo mejor posible. La Fe aprovechada obra el milagro de la felicidad y la realización en la propia vida y en la de quienes me rodean. La Fe bien vivida nos hace humanamente libres. Así, cada evento y circunstancia, cada episodio personal tendrán un lugar y un sentido. En caso contrario, sabrás con quién acudir, porque este regalo, este don, se aprende a utilizar día a día.
1. La Fe vista como objeto: espiritualmente tiene su sentido, pues tiene que ver conmigo porque puedo obtenerla, comprenderla (en orden a mi capacidad) y utilizarla (para provecho personal y ajeno). Y sí, está claro que en mi relación personal con Dios -y la de Él conmigo-, yo la obtengo, la recibo; puedo comprender y dar pasos adecuados en mi vida si me oriento de quien pueda ayudarme eficazmente; y la utilizo convenientemente para mi bien -creciendo y madurando-, pudiendo servir no solo a mi sino a quienes estén a mi alrededor.
2. La Fe no la tengo por méritos propios: al ser un regalo, quien lo da no lo hace por mera justicia sino por pura bondad y misericordia, y no por haber cumplido unos requisitos. Aquí insisto en la grandeza de quien nos la da y en la poca gratitud que manifestamos quienes la hemos recibido, porque creemos merecerla automáticamente por nuestros méritos y logros personales. Pues no. Dios nos la dio, y en nuestra aceptación y respuesta está la clave del resto. Y lo que es más, este regalo permanece aún cuando nuestra relación con Dios no sea la mejor. Tanto nos conviene que, por si fuera poco, nos la aumenta si se lo pedimos.
3. La Fe satisface una necesidad personal e interior en orden a mi felicidad y realización: sí, este regalo que recibo y que voy descubriendo poco a poco está "hecho a medida", es para mi. Y aunque muchos lo tienen o comparten, nadie lo posee y lo vive como yo. Y claro, esta situación me hace original porque satisface y se adapta a mi realidad, como yo soy. Lo que necesito entender, lo que necesito hacer y lo que necesito vivir puedo entenderlo, hacerlo y vivirlo mejor con y desde la Fe. De ahí que la Fe satisfaga, si la ejercito adecuadamente, los diversos ámbitos de mi existencia.
En resumen, Dios me regala y mantiene la Fe. Es impresionante si reflexionamos lo grande de este don y la responsabilidad que implica: que nosotros lo aceptemos, lo cuidemos y lo aprovechemos.
Que lo aceptemos: al no ser nuestro sino recibido de otro, tenemos la opción de tirarlo, usarlo mal o despreciarlo. Aceptarlo quiere decir dejarme interpelar por quien me lo da porque sabe que lo necesito.
Que lo cuidemos: porque lo podemos estropear, usar mal, dejar de interesarnos por él, etc. Cuidar la fe, entre otras cosas, significa valorar esta relación con la persona de quien depende mi existencia. Además, responde a las cuestiones y expectativas que atañen a mi vida. No puedo perder este regalo y de ahí que lo tenga bien cuidado.
Que lo aprovechemos: evidentemente, si lo tengo, lo valoro y lo cuido, la consecuencia es que lo utilice lo mejor posible. La Fe aprovechada obra el milagro de la felicidad y la realización en la propia vida y en la de quienes me rodean. La Fe bien vivida nos hace humanamente libres. Así, cada evento y circunstancia, cada episodio personal tendrán un lugar y un sentido. En caso contrario, sabrás con quién acudir, porque este regalo, este don, se aprende a utilizar día a día.
No te andes por las ramas. Piensa ahora en el mejor regalo que te hayan hecho o que tú hayas regalado a alguien. No se compara con éste. Y además, así como esperas que eso que has regalado o te han regalado te dure lo más posible y le des un buen uso, no es ni por asomo cercano a lo inmenso e impresionante que ha sido, es y será el don y regalo de la Fe. Dios mismo se ha fijado en ti, te lo ha entregado y espera que seas capaz de saber vivir con este don, este regalo que es la Fe.
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