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La Trilogía del Creyente (Parte III). El amor: la respuesta de las 3 acciones

La Trilogía del creyente

Parte 3. El Amor: la respuesta de las 3 acciones



Habiendo reflexionado juntos sobre la Fe como don y regalo, sobre la Esperanza como ese “click” y enlace entre Él y nosotros por su acompañamiento en nuestras vidas, podemos preguntarnos: ¿y ahora qué? ¿Cómo tratar en unos cuantos párrafos la profundidad e importancia del Amor? Ya que es la virtud más completa y que perdura aún después de nuestra muerte. Es la palabra que ha llenado y seguirá llenando libros y bibliotecas, y sin duda seguirá siendo protagonista de cientos de películas y temas musicales. Entonces, ¿Qué decir sobre el Amor? Lo resumo así: es la respuesta de las tres acciones 

Alguien podría pensar lo curioso del título. Pues sí, especialmente porque -al margen de sensibilidades y romanticismos- el Amor se basa en esta palabra: respuesta. Quien asegura amar a una persona tiene que demostrárselo; a eso le llamamos respuesta. Esa respuesta se traduce en acciones concretas, claras, decisivas, que terminan por convencer, motivar y, finalmente, consentir la unión de voluntades y vidas. 

Pero, ¿Qué respuesta? Cuando hablamos de Dios y de nuestra relación con Él, vamos en desventaja, porque Dios pone mucho, muchísimo más que nosotros. Nuestra relación de confianza, de cercanía y amistad siempre estará desbalanceada, pero aun así funciona. La Fe nos habilita la relación con Dios, la Esperanza nos da la garantía de su presencia y acompañamiento, entonces ¿Qué nos aporta el Amor? Nos aporta la decisión de vivir con Dios, a su lado, en todo momento, respondiéndole lo mejor que se pueda. Y además, completa mi vida porque me une más fuertemente a Él, me llena de paz y felicidad, abre mi corazón y mi mente para buscar en todo la verdad, la paz, la felicidad y la realización completa, según mi condición y mi estado de vida

Y claro, esta respuesta tiene un “precio”, un coste, una manera o camino que recorrer. Esta respuesta de amor al Amor comprende tres acciones que, simultáneamente, han de verificarse para evidenciar este amor, plasmarlo en la propia vida y en la vida de quienes conviven a mi alrededor. ¿Cuáles son estas tres acciones? Yo quiero, yo me empeño y yo contigo cada día

1. YO QUIERO: Una relación humana, bien llevada, parte de un conocimiento que, madurado con el tiempo, llega a estabilizarse y formalizarse. Con Dios sucede lo mismo. Él se nos muestra, se nos da a conocer, nos muestra caminos para encontrarlo. En definitiva, nos mima y encandila para que le aceptemos en nuestras vidas. Lo que Él espera de nosotros, como lo esperarían los amigos o los novios en una relación, es “dar el paso”, que se traduce en el “yo quiero”. Todos entendemos que estas dos palabras significan compromiso de unión, lealtad y fidelidad mutua. 

Si así es la manera de formalizar una relación entre dos personas, no lo es menos la formalización de nuestra relación con Dios. Necesita pasar por este “yo quiero”. ¿Y qué entraña este "Yo quiero"? Al menos estos dos ingredientes: Yo quiero estar contigo y yo te quiero compartir lo que tengo y lo que soy

- Quiero estar contigo: enfatiza la compañía y protección mutua y estable, duradera y constante. Es la pertenencia y compromiso mutuo. 

- Te quiero compartir lo que tengo y lo que soy: la reciprocidad y la entrega, que va en beneficio y crecimiento mutuo. Aquí lo que importa es que el camino de retorno o regreso no se interrumpa, pues por parte de Dios fluye continuamente. El problema se da cuando yo no correspondo.

2. YO ME EMPEÑO: al formalizar la relación, se asume a quien se elige y se descartan las demás opciones y personas. Estamos hechos para amar con todo lo que somos y tenemos, por eso nos aceptamos y nos comprometemos. Ahora bien, no basta asumirlo un día o un período, que denotaría inmadurez e insensatez. El compromiso por amor necesita el empeño de mi propia personalidad, de mis reacciones, sentimientos y pasiones. Es por eso que esta segunda acción en mi respuesta es clave y vital, no solo para vivir una relación humana, sino también en mi relación con Dios. 

Yo me empeño, ¿pero en qué? Sacamos aquí un denominador común, en estos aspectos: en no fallarle, en ayudarle y en cuidarle

- No fallarle: se enuncia en negativo, pero el resultado es positivo. Quizá éste sea uno de los aspectos que más cuesten en una relación interpersonal, más si cabe matrimonial. Los escándalos de infidelidad y ruptura no llegan de repente, sino porque el empeño personal por quien es “el amor de mi vida” disminuye poco a poco. Y las consecuencias no se dejan esperar. Por eso, ¿estás dispuesto(a) a no fallarle a Dios? He aquí uno de los puntos firmes de tu compromiso con Él, porque Él sí lo ha tomado contigo desde el primer instante de tu existencia. 

- Ayudarle: estar presente es esencial, importante y decisivo, pero ayudar es la "moneda de cambio" en una relación entre personas. También lo es con Dios. La fidelidad exige compromiso y el compromiso exige dar lo mejor por la persona que amas. En Dios lo vemos claramente en la cruz como cúspide del amor que nos tiene. Pero no es un hecho aislado, sino una constante que tiene ahí su clímax. La ayuda es material, en las cosas del día a día; y espiritual, en las disposiciones y actitudes. Así se concreta este amor en positivo, dando lo mejor por quien se ama. Y qué mejor manera de ayudar para que Dios me siga amando, y yo, amándole, viva y me realice como persona plenamente. 

- Cuidarle: en la exigencia de dar lo mejor por la persona que se ama, está claro que el fruto de ese amor se traduce en constancia y perseverancia. Nada más conmovedor que ver una pareja de ancianos que después de muchos años, veinte, treinta y más juntos, unen sus manos, se dan besos, unas caricias, caminan unidos del brazo, etc. Este "Yo me empeño" en cuidarle significa también apostar por él en todo momento. La expresión “en la salud y en la enfermedad… todos los días de mi vida”, resume este “cuidarle”. Es el empeño concreto cotidiano, además de crecer juntos, caminar juntos, sostenerse juntos, etc. Con Dios, nuestro amor pasa por aquí también. Yo me empeño en cuidarle significa, por ejemplo, en mi responsabilidad contraída como creyente en la práctica de mis deberes con Él, y en la práctica de los medios que me ofrece para unirme a Él y compartirlo con los demás. Si te empeñas en cuidar a Dios, ten por seguro que Dios te cuidará aún mejor a ti. 

3. YO CONTIGO CADA DÍA: no puede faltar el ingrediente de la fidelidad en la felicidad, y viceversa. El hecho dos personas continúen eligiéndose día a día tiene mérito, consecuencia lógica del amor que se profesan. Así lo fue desde el inicio y así continúa siendo hasta el final. Este "contigo cada día" expresa también que tú me llenas, tú me gustas, tú me haces sentir pleno(a) y realizado(a). "Contigo cada día" quiere decir que el menú de posibilidades fuera de ti no existe para mí, porque el amor que te tengo ha llenado y llena mi vida. Pues bien, estas y otras expresiones se acoplan a Dios perfectamente, con mayor razón y sentido si cabe. 

"Yo contigo cada día" en mi relación con Dios significa que no quiero perderle de vista y perderle en mi vida. Significa que me atrae y que estoy dispuesto(a) a llevarlo conmigo en mi vida. Significa también que buscaré momentos de calidad para estar y conversar con Él. Significa además que evitaré cuanto le ofenda o desagrade -el mal en mi vida o en otras personas-. Así, juntos compartiremos la vida.

San Juan nos lo recordaba: “si dices amar a Dios, a quien no ves, y no amas a tu hermano, a quien ves, eres un mentiroso y un iluso" (1Jn 4,20). El amor es una respuesta porque es real y concreto. Y esta respuesta, repito, se alimenta de acciones concretas que prueben su autenticidad. Analiza y verifica tu amor a Dios, o mejor, analiza tus relaciones personales. Y a continuación pasa revista a tu amor a Dios. Recuerda: a Dios le solemos dar tan poco… a cambio de tanto que Él nos da y concede cada día. 

En resumen, que esta Trilogía del Creyente te sirva para reforzar el encuentro y experiencia de Dios en tu vida personal. Verificar tu relación de vida donde Dios y yo vivimos y nos realizamos juntos, donde experimento su presencia, cercanía y cuidado personal cada día de mi vida.

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