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4 formas de tener a Dios en la vida: ¿Cuál es la tuya?

Formas de "tener"a Dios en mi vida


Así como hacemos, mantenemos o dejamos amistades, a no pocos también les ha surgido la pregunta: ¿y respecto a Dios cómo hay que hacer para, no solo conservar, sino sobre todo mantener e incrementar nuestra unión con Él? El mundo espiritual también necesita elementos que soporten nuestra creencia, nuestra confianza y nuestro seguro de vida. Por eso, ante esta pregunta tan sencilla y tan necesaria, nace esta reflexión para tratar de resolverla, o por lo menos, ayudar a darle más sentido a esta experiencia de la vida que a todos nos pasa.

Lo expreso con el ejemplo de la casa. ¿Cómo? muy sencillo. En la casa de nuestra vida cada uno de nosotros es dueño y señor de cuanto hay en ella. Pues bien, Dios -que quiere ser parte importante en nuestras vidas si le dejamos, y busca ser nuestro mejor amigo y aliado- día tras día toca la puerta de nuestras vidas. Y la actitud de nuestra respuesta hacia Él podemos diferenciarla o reflejarla en cuatro maneras, mismas que responden a nuestra manera de ser y querer.

1. Dios, huésped de honor:
Es decir, siguiendo el ejemplo de la casa, muchos dejamos entrar a Dios en nuestra vida. Le hacemos pasar a nuestro recibidor de las buenas impresiones de la vida y de las personas, le servimos refresco, para que sienta que somos buenas personas, etc. Digamos que aceptamos su Persona y nos interesa quedar bien con Él, como lo haríamos con cualquier persona o conocido que viene a visitarnos. Pasamos un rato agradable, intercambiamos opiniones y poco más, pero finalmente, después de la visita, nos despedimos y Él se va por la puerta así como entró.

Esta manera de tener a Dios es muy común en muchos. Buscamos quedar con Él y justificar, si se puede, todo cuanto nos haya ido mal, pero como quedamos bien, lo malo es anécdota para mejorar nuestra imagen. Y precisamente esta palabra, la imagen, es la que  pesa sobre tantas personas. Lucir lo bueno y esconder lo malo para que no se vea, no vaya a ser que mi imagen, mi persona, mi fama, baje escalones para Dios. En el fondo esta forma también refleja el escaso conocimiento personal e incluso el miedo o pavor de Dios, por las posibles consecuencias de mis actos, o porque el egoísmo es suficientemente fuerte como para dejar que otros disfruten lo que yo tengo, etc. No es recomendable tratar a Dios como simple huésped, porque Él me conoce y no necesita pantallas. 

2. Dios, cuidador de nuestra casa:
Sucede que -y siempre con el ejemplo de la casa-, cuando Dios toca a la puerta de nuestra vida, también le invitamos a pasar, y tras enseñarle lo que somos y tenemos, le invitemos a que nos "eche la mano" para que todo esté en orden y limpio. Es una suerte de confianza mayor, pues quiero y necesito una seguridad en mi casa, en mi vida, y quién mejor que Él para que la garantice, no vaya a ser que me roben o pierda lo que tengo.

Y sí, a Dios podemos tratarlo así. Le damos espacio en nuestras cosas y nuestro ambiente porque sabemos que no nos va a robar, pero también para que no nos dé problemas, pues lo mantenemos "ocupado". Es también muy común en muchos, pues si bien no lo tratamos mal y sí confiamos un poco más, es cierto también que esto lo hacemos por imagen y por egoísmo, no vaya a ser que pierda lo que tengo. Entonces tener a Dios de mi lado me ayudará a realizar mis objetivos y metas personales. Le demuestro apertura de mi vida, aunque parcial y siempre a cuentagotas, esperando que por su parte "no me dé problemas". Tenerlo como "amigo" es mejor  que  como enemigo, y si además lo mantenemos "ocupado" no nos da mayores problemas. Tengamos cuidado de esta actitud, porque refleja egoísmo y sobre todo usamos a Dios para nuestros intereses.

3. Dios, parte de la familia:
Continuando con el ejemplo de esta reflexión, al toque de Dios a la puerta de nuestra vida, no solo le dejamos pasar e incluso cuidar nuestras cosas, sino que además, por la confianza y  seguridad que nos da, le invitamos a vivir con nosotros, a ser parte de la familia y que conviva como uno más de la casa. Sentimos y estamos seguros que su presencia fortalece a quienes estamos viviendo, a la familia, y hacerlo parte de la misma favorecerá nuestras relaciones interpersonales. Supone una credibilidad, confianza y sobre todo cariño por Dios, pues le hacemos partícipe y protagonista de lo que  sucede dentro de la casa y dentro la familia.

Esto sucede cuando una persona se consagra a Dios o dos personas unen sus vidas en matrimonio. Invitamos a Dios a que entre, proteja, cuide y se quede con nosotros de por vida, sin límites o restricciones, Lejos de tenerle miedo, al contrario, le damos la llave de la puerta y el acceso completo a la casa, pues nos da paz y alegría que comparta su vida con la nuestra. Es la respuesta también de las personas que han ido conociendo y experimentando quién es Dios y qué pueden hacer juntos si dejan que Él habite con ellos. Ojalá muchos podamos mantener esta actitud, que podamos dejarle con tranquilidad y sin miedos las llaves de nuestra vida, sabiendo que la confianza y el cariño forjado y madurado dará buenos resultados, y que Dios dentro de la casa hará mucho bien a todos los que moren dentro de ella.

4. Dios, dueño de la casa y de mi vida:
También existe esta situación, donde mi vida gira entorno a la suya, y me hago sanamente dependiente de Él, en cuanto que mi sentir, querer y hacer van de la mano con el suyo, porque es lo mejor para mi. La casa es mía, es mi vida, pero doy un paso definitivo y de gigante, porque sin dejar la propiedad de la misma, asumo consciente y voluntariamente que solo no podré gestionarla adecuadamente. Es ahí donde le cedemos a Dios el "derecho" de uso de nuestra propiedad.

Es la experiencia mística y el grado de perfección en el amor que tanto nos recalcan los autores de vida espiritual. La unión con Dios ya no se basa en cálculos y conveniencias, ni en mera relación cordial, sino en la unidad de corazón y de voluntad. Es por eso que mi respuesta de amor a Su amor se encarna y cedo la titularidad de mi ser y tener en el de quien antes me lo regaló primero. Este paso necesita  fe, creer en Él plenamente; necesita además una confianza no basada en aspectos materiales y de pura conveniencia, sino más bien confianza acrisolada en el cariño y respeto mutuo; y un amor detallista, generoso y sincero. Porque Dios se merece lo mejor de mi y porque en realidad, Él ya se ha adelantado dándome lo que ahora trato de devolverle.

En conclusión, ¿cómo tienes a Dios en tu vida hoy? ¿En qué apartado te puedes colocar? Dios no muerde ni  hace daño. Incluso cuanto más espacio le dejas, más y mejor te ayuda, y también por eso, más te podrá animar para crecer en la relación con Él. Hay quien no le deja ni  entrar a Dios  en su vida, es cierto. Dejarle entrar y sacarlo a menudo es muy común; que entre y se quede haciendo turnos de vigilancia es también frecuente; manifestar cariño y confianza y perseverar en ella no es fácil; y pocos son los que definitivamente comparten derechos de propiedad con Dios. Por eso, mi consejo es: déjale entrar a tu casa, en tu vida, y verás lo que puede suceder. Haz la experiencia y no te arrepentirás. Más que imagen, mucho más que mera seguridad y conveniencia, incluso más allá de la simple compañía, comparte vida con aquél que ya la dio antes por ti y que sencillamente busca que cuentes con Él para realizar juntos tu vida.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Gracis por tu publicación, creo que le puede servir a muchas personas, ojalá sigas ayudándonos con estos pequeños artículos
Jorge Bugallo García ha dicho que…
Un gusto contribuir con todos los que se pueda. Es la mejor manera de seguir dando lo mejor por los demás. Un abrazo!

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