En honor a las muchas personas consagradas que conozco, y por las experiencias vividas en el pasado, quiero exponer aquí lo que a muchos de ellos, conocidos o no, les ha sucedido. Varias veces me han hecho o he
escuchado esta pregunta, y aún con la experiencia de la vida personal y ajena,
no es complicado responder a esta cuestión. ¿Qué sienten las personas que se
consagran a Dios o dedican su vida a Él?; ¿Cuáles son sus miedos? ¿Son los
mismos antes y después? Resumo estas inquietudes en tres preguntas, los
así llamados “temores” de la persona consagrada de hoy que, a mi modo de ver,
reflejan tanto a los de ayer, a los actuales y posiblemente a los del mañana, y
son éstas:
1. ¿Sabes si son dignos?: la
“mentira” litúrgica.
2. ¿Seré capaz?: la tremenda
responsabilidad.
3. ¿Perseveraré?: la gran incógnita.
Unos más y otros menos han pasado,
pasan o alguna vez pasarán por las “crisis” existenciales que propinan tales
preguntas. Y es que consagrarte a Dios o dar tu vida por su causa no equivale
simplemente al resultado de estudios o períodos de prueba. Además del necesario
respaldo académico y social, estas tres preguntas sintetizan lo que una persona
es, quiere y busca realizar en su vida. Así por lo menos lo veo yo. Expliquemos
estos tres “temores”.
1. ¿Seré digno?
Esta es la pregunta que el obispo
ordenante dirige al superior o rector que se ha encargado de la formación de
quienes están por recibir la unción sagrada, al inicio del rito. La respuesta,
formal y ritual: “Según el parecer de quienes lo presentan, después de
consultar al pueblo cristiano, doy testimonio de que han sido considerados
dignos”, no deja dudas… Y la ceremonia prosigue.
¡Es evidente que no son dignos! Por
eso digo que es una “mentira litúrgica”. Aunque humanamente se ha hecho un
camino de formación, discernimiento y valoración, NUNCA un ser humano, por más
que se lo crea, será digno de asumir y obrar cosas que pertenecen a otro rango,
otra dimensión y categoría. Tales como perdonar pecados, convertir pan y vino
en la Persona misma de Cristo, sanar corazones, cargar con el dolor ajeno… Esto
no es humano sino DIVINO. No es cuestión de merecer sino de agradecer.
No es cuestión de cantidad de autoridad sino de cualidad de servicio.
Por eso, la respuesta a esta pregunta que hace temblar la vida de la persona
consagrada a Dios, no la da ninguna pastilla, sino la conciencia de lo que Dios
quiere que sea y del regalo y del don que Él da, que no es para uno solo en
particular, sino para los demás; don del que no nadie será digno de merecer por
sí mismo, pero sí digno de administrar por deseo de Dios. Esto significa ser
ALTER CHRISTUS.
2. ¿Seré capaz?
Esta es la pregunta que asalta muchas
veces la vida y labor de quienes se consagran a Dios. ¿Podrán con el paquete
que implica ser consagrado(a)? Porque esto no es un título que se da en la
universidad sino un modo de vivir la vida. Y además son "persona
pública" y lo que hagan no es indiferente, ni el cómo lo hagan o dónde lo
hagan o a quién se lo hagan. Su vida es para Dios y para los demás. Y esto
comporta una tremenda responsabilidad. Cuántas veces estas personas, en
momentos de oración o de silencio, se han hecho esta pregunta: “Pero, ¿seré
capaz de llevar esta vida?” Porque –y así es- te ves débil, humano como
todos; que eres egoísta, con defectos, con problemas personales o familiares, y
además, cargando los problemas y necesidades de los demás. ¿Habrán elegido bien
estas personas o se habrán equivocado? Aquí, en esta pregunta, están las crisis
de tantas y tantas personas que recorren este camino de vida.
La respuesta no está solo en cada una
de esas personas. La solución a esta pregunta no se da simplemente a uno mismo.
Y es que la persona consagrada a Dios es precisamente PUENTE entre Dios y los
hombres. Esta es su gran responsabilidad: ser puentes. Llevan consigo dones y
talentos que no son propios. Si creyeran ser los protagonistas, durarían poco y
se cansarían mucho y rápido. Valorando lo que son, se darán cuenta mejor que su
misión es dejar correr el agua de Dios por su canal hacia los demás. Si Dios se
la jugó con ellos, Él se encargará de ayudarlos a mantener este puente
en pie y este canal abierto. No es cuestión de cuánto pueden, sino de cuánto
quieren dejarse actuar por Dios. Por eso, más que si serán capaces de llevar
adelante este tipo de vida, se trata de si serán capaces de dejar que sea Dios
el auténtico protagonista de sus vidas; si ellos se dejen ser ese puente y ese
canal que necesita Él para llevar el agua y las gracias para todas las personas
que lo necesitan. Se traduce en LA SALVACIÓN DE LAS ALMAS.
3. ¿Perseveraré?
Y ¡cómo no!, aun reconociéndose
indignos servidores de Dios y de los demás -y siendo conscientes que su vida y
acción no es solo personal sino sobre todo de Dios a través de ellos-, nadie
les garantiza que vivan así toda su vida. Que con el paso del tiempo puedan
dudar, dejar el camino de servicio por distintas razones o no ser plenamente
fieles y generosos. Y viene la incógnita: ¿podrán con todo esto hasta el
último instante de sus vidas? De esta inquietud nadie puede escaparse.
Para ellos resuena tremendamente el
día de su consagración u ordenación; la emoción, las ganas y la felicidad de
esos momentos. Quizá para otros ese momento ya es eco lejano de un pasado. Pero
para unos y otros revivir esos momentos, como para los casados el día de su
boda, no puede guardarse solo en un álbum de fotos. Lo que ahí prometieron, lo
que ahí sucedió con sus vidas, no fue mero sentimiento. ¡Es real! ¡Les cambió
la vida! “La obra buena que Él comenzó, Él mismo la llevará a término”.
No están solos. No van por la vida como vagabundos. Dios les llamó, les eligió
-y repito: se la ha jugado con cada uno de ellos. No han de
dudar de Él. A veces no lo podrán distinguir, o se les nublará la vida, pero Él
ahí sigue, ahí está, acompañándolos jornada tras jornada.
He aquí la respuesta: Dios es su
garantía, la vida eterna es la meta. No se pueden equivocar. La perseverancia
no está exenta de luchas, de fracasos y malos momentos. Pero, es verdad
también, que ni están solos ni van errantes. Tienen a Dios consigo, esa es la
certeza, incluso sacramental. Si le siguen a Él no se perderán; si hacen lo que
Él les pide, perseverarán. De entre tantas cosas, aquí está lo que más -creo
yo- motiva a superar las “crisis” personales, más o menos momentáneas, que van
llegando. En el centro de la vida de una persona ha de estar el amor, máxime de
un alma consagrada a Dios. Por amor Dios les llamó y ellos le siguen; por amor
les regaló dones y talentos especiales, que acogen con amor a Él y a cuantos Él
ponga en su camino; y por amor se espera que le respondan y le sigan siendo
generosos hasta el último instante, como almas consagradas.
Comentarios