Estoy seguro que voy a defraudar las expectativas de quienes pensaban que este tema lo despacharía en pocas líneas. Recordemos que aquí trato de sintetizar consejos, terapias y experiencias en algo sólido que sirva de apoyo y ayuda a parejas y matrimonios en su relación interpersonal. Ese "algo" para mí es la virtud humana e interior de la CONFIANZA. Por eso le llamo "el consejo de los consejos". Hasta ahora hemos reflexionado sobre 3 de los 5 objetivos propuestos. Los tres primeros, ya tratados, ahondan en ese verse mejor cómo son cada uno y en su relación de pareja. Los dos restantes versan sobre el alcance de esa mirada personal y mutua, el así llamado "reciclaje constante" que esta virtud de la confianza puede y necesita hacer en sus mentes y corazones. En el presente artículo trataré el cuarto aspecto, reservando para otro artículo posterior el quinto y último.
Volvamos a recordar la síntesis completa de la virtud de la confianza en pareja y en familia: la confianza es el sello de autenticidad y la garantía de seguridad que une dos caminos personales en una misma dirección, alimenta día a día la necesidad de caminar juntos hasta el final, e impulsa los esfuerzos personales y conjuntos hacia la felicidad y realización plena. Demos una ojeada más detallada al que hoy comentaremos.
¡Qué alegría y felicidad al comprar u obtener tal o cual cosa! De ahí la frase "como niño con juguete nuevo", aludiendo al interés, y más a la atención y cuidado que se le da a la novedad conseguida. Si así tratas un juguete o accesorio de utilidad personal, ¿cuánto interés y cuidado demuestras por la persona que ha decidido vivir a tu lado y aseguras amar? La misma pregunta podemos trasladarla hacia los hijos, en caso de tenerlos. Con esto quiero resaltar que existe una conexión y nexo nítidos entre perseverar en la relación de pareja y la virtud de la confianza.
¿Dónde se encuentra esta conexión y este nexo? Entiendo la perseverancia como mantenerse firme y constante en una manera de ser y de obrar. Hay quien piensa que perseverar es muy parecido o sinónimo de aguantar o condescender, y no es así. Volvamos al ejemplo del juguete o accesorio nuevo. Quitado el envoltorio, lo exploramos, lo probamos para ver que funcione y lo cuidamos para que nos dure lo más posible. Tratamos de entender cómo funciona para usarlo convenientemente. Así somos los seres humanos. Exploramos, probamos y cuidamos, entre otras cosas. En una palabra: lo conocemos. La relación afectiva y cotidiana de una pareja, novios o casados, funciona igual. Dos personas se sostienen sobre la base del mutuo conocimiento, es decir, cómo piensa, habla, actúa y se desenvuelve cada una de las personas. No sólo, la motivación para seguir adelante con alguien necesita un cuidado en esa relación, una preocupación y atención por las cosas que les singularizan como pareja. Pero también llegarán pruebas, situaciones y circunstancias -buscadas o no por ambos-, que exigirán un posicionamiento de cada uno, concretado en decisiones.
Este conocimiento mutuo no termina nunca. Aquí entra la conexión de la que hablaba en el párrafo anterior. Perseverar en la vida junto a otra persona es el regalo más grande que existe. Es una locura perseverar a ciegas, sin saber algo más cada día de la persona a la que dices querer y amar, y con la que has planeado una vida. Repito, perseverar no tiene nada que ver con mero aguante en la relación. Seguir adelante por puro aguante indica debilidad de uno o ambos. Seguramente los miedos que se tienen para enfrentar ciertas decisiones o ajustar formas de ser pueden más que cuanto les unió en un inicio. O también que ciertos intereses prevalezcan, y la relación se transforme en convivencia de conveniencia. Nada que se parezca a la decisión primera y muy por lejos de compartir sus vidas. Prestemos atención a dos escollos que impiden la fluidez, recuperación y reciclaje en una pareja.
Primer escollo: No confundas las personas con objetos. Más vale hacerse a un lado a permitir que el egoísmo o la superficialidad gobiernen una relación. Todos tenemos una mayor o menor cantidad de este virus en nuestro interior. Es tan fácil ver a la otra persona como posesión que como protagonista en la vida. Por eso es muy dañino mantener lo que no se ama como compensación de lo que no se quiere hacer hacia quien dice amar. Preguntémonos, ¿qué tan egoístas somos con nuestras parejas?
El virus interior del egoísmo vacía o sustituye el sentido que la otra persona tiene para mi. Sin querer primero, y consciente después, reduce la convivencia a interés material o sentimental, derivando en sutil posesión afectiva y/o efectiva de la pareja. En lenguaje psicológico estamos ante un escenario de relación codependiente afectiva. El amor se ha transformado en contacto con la otra persona, a la que necesita para satisfacerse corporal o sensiblemente. Le llamo también una pseudo-convivencia limitada y limitante. Limitada porque pierde de vista la objetividad de la otra persona; limitante porque impide a la otra persona ser quien verdaderamente es, conformándose con una funcionalidad esclavizante, nada más. Se cierra la posibilidad de crecimiento y madurez mutua, porque el verdadero sentido de esta relación está bloqueado, reducido a placer y conveniencia material. Genera una adicción destructiva del uno hacia la otra persona, así llamada "adicción del amor". Es un terrible vicio, derivado del egoísmo en su versión más pura y brutal.
La superficialidad es una lacra interior que debilita la conciencia personal y acomoda la propia razón y voluntad a fines egoístas, como son la prevalencia de la imagen personal sobre la ajena y los gustos efímeros: rápidos de obtener, placenteros de experimentar y fáciles de sustituir o desechar. Basan la propia felicidad en lo fácil, cómodo y atractivo, rehuyendo de cuanto sea contrario a esto. Una clara demostración de relación en pareja donde uno o ambos llevan una vida superficial tiene alguno o varios de estos ingredientes: todo lujo de bienes materiales, mostrar y lucir su belleza física, disfrute de nuevas experiencias a toda costa, alardear viajes y compras, etc. Según la capacidad económica y social se ensancha o disminuye esta lista.
El problema de la persona o la relación de pareja superficial, es que deja de valorar las cosas que realmente importan en la vida, tanto personal como recíprocamente. Pone el valor en lo que está fuera de sí para aferrarse a las cosas que posee. Es una visión egoísta "light" sobre uno mismo y sobre los demás. No busca la posesión sino la satisfacción; no pretende hacer mal a nadie pero solo bien a sí mismo. Necesita ser admirado por los demás para funcionar como persona. Y claro, como el valor reside en lo externo y no en lo interno, el disfrute prevalece sobre la responsabilidad de sus actos. La conciencia personal está sedada o domesticada. La vida en pareja se convierte en relación de acompañantes. No suelen llegar al matrimonio estas personas, pues se conforman con "un tiempo juntos" para pasarlo bien. De ahí que el compromiso y responsabilidades no sean su fuerte.
Segundo escollo: si en la relación no eres feliz de verdad o la otra persona te comenta que no lo es contigo, ¿por qué será? Porque posiblemente han condescendido, acordado tácitamente, una vida mediocre. Como muchas de las enfermedades interiores, no se perciben con el tiempo, pero crecen progresivamente, La condescendencia es terriblemente fatal para una relación de pareja y una vida familiar. Condescender es pactar una convivencia juntos, pero cada quien a su ritmo. Suele fracasar a corto o medio plazo, y si aguantan más tiempo, será por debilidad de uno o ambos. Entiendo por mediocridad la baja calidad en la relación, la falta de valor o interés consciente entre ambos y la falta de capacidad resolutiva en la toma de decisiones que conciernen a cuanto les une.
La calidad en la relación baja cuando se relaja la apreciación por el otro. El verbo relajar o relajarse habla por sí solo. No se ven lo mismo, no se sienten uno parte del otro como antes. El desgaste del día a día mella la admiración el entusiasmo mutuo. Además, esta relajación lleva a una pérdida cuantiosa del valor e interés que se tienen. Paulatinamente se ven más las deficiencias que los bondades, y los fallos más que los aciertos. Un panorama gris y oscuro al que sumamos una falta de decisiones mutuas adecuadas, obtenemos el cóctel que amenazará constantemente la continuidad más o menos armoniosa de la relación.
La perseverancia nunca se tiene asegurada. Precisamente por esto, la fuerza que sustenta seguir juntos en pareja y en familia es enorme. ¿De dónde viene esta fuerza? De la confianza. El lugar que ocupa esta virtud referida a la perseverancia en pareja vale su peso en oro. El título de este espacio tiene sentido:la confianza alimenta día a día la necesidad de caminar juntos hasta el final. Cada palabra está medida, porque cada término plasma la objetividad de esta virtud.
La confianza alimenta, sí. Porque recicla los motivos y razones que validan el "hoy existencial" de cada uno. Nutrir la inteligencia y el corazón de alimento cotidiano robustece el físico y también el alma. Genera buenas defensas personales y mutuas para resistir a posibles reveses o malentendidos en la relación. Y este alimento y reciclaje, renovado, surte gran garantía de éxito. Es decir, una pareja y una familia rica en confianza tiene gran posibilidad de perseverar mejor.
La perseverancia es en sí misma una meta, no un fin. La mutua compañía, como reto que es, sugiere también una mutua necesidad de protagonismo. La confianza interpersonal refuerza esta necesidad vital de agarrarse mutuamente. Por un lado, para no infectarse de la fastidiosa mediocridad, que tanto confunde la razón y ofusca el corazón. Por otro lado, para resistir a las tentaciones egoístas y superficiales de relajación y pérdida de interés, que ralentizan la felicidad y complican la toma de decisiones acertadas.
Y este caminar juntos, en esta dirección y con este sentido, tiene un claro horizonte: hasta el final. Por final entiendo el término existencial y físico. Los contratos tienen caducidad, las relaciones de vida entre dos personas que se aman tienen, sin embargo, final. Es muy diferente. La caducidad es una fecha prevista y anticipada de término y expiración de actuaciones y responsabilidades sobre aspectos concretos. El final se refiere a la conclusión de la posibilidad para actuaciones y responsabilidades existencialmente completas y vitalmente realizables. Parece enrevesada la frase, pero no lo es tanto.
El nivel de compromiso -y por tanto de responsabilidad-, entre un contrato cualquiera civil y una formalización de relación de noviazgo en vistas a próximo matrimonio y después en el matrimonio, tienen algunos parecidos y muchas diferencias, El primero acota en el tiempo el respeto y acato de obligaciones por ambas partes en beneficio mutuo. El segundo amplía en el tiempo -además del respeto y las obligaciones por ambas partes y en beneficio mutuo-, la existencia completa de cada uno para bien de ambos. Son las personas las que se obligan a sí mismas, no las cosas a las personas. Por tanto las personas, en este ejercicio de obligación existencial (de la vida completa) se prometen y comprometen ir de la mano para vivir juntos en todo y para todo (la parte vital o material de la persona en cuanto tal). Por eso los esposos se prometen en la boda: "todos los días de mi vida". Aquí se certifica el horizonte existencial, que abarca la integridad personal de cada uno y el horizonte existencial (planes, retos, acuerdos) que juntos han de alcanzar.
La confianza marca este horizonte con nitidez y sin miedos. Hasta el final es sinónimo de "todos los días de mi vida". Alcanzar este sueño, hacerlo realidad, exige perseverar, y la confianza personal y mutua es capaz de brillar para perseverar hasta el final de la vida de cada uno. Reto complicado pero factible, no solo recomendable sino exigible. Sí se puede, claro que se puede. Imposible perseverar sin confianza, eso seguro. Imposible llegar hasta el final acompañados sin permanecer unidos y abiertos a dar lo mejor de cada uno cada día. Imposible amarse sin confiarse la vida el uno al otro. Imposible mantenerse fieles sin valorarse cada día, redescubrirse más y mejor, admirarse sin acostumbrarse. La perseverancia tiene sentido si hay un final, una meta, Y el valor del compromiso adquirido es completo, porque lleva a la felicidad y realización mutua. Este será el cometido del próximo artículo.
Esta reflexión sobre la perseverancia puede que sea un poco extensa, es verdad. No tenía pensado explayarme mucho. De todas formas, la ofrezco con la esperanza y confianza en ayudar a parejas, matrimonios y personas que puedan sentir flaquear este aspecto. Créanme, robustecer una relación de amor requiere más que una buena y necesaria terapia. Requiere capacidad de autocrítica y reciprocidad. La confianza une muy bien estos puntos para reciclar la relación, para reforzar el conocimiento mutuo, alimentar el interés y valor mutuos y fortalecer el amor que les une. Muchos fracasos podrían evitarse y muchos enlaces matrimoniales podrían prepararse mejor. Vale la pena.
Volvamos a recordar la síntesis completa de la virtud de la confianza en pareja y en familia: la confianza es el sello de autenticidad y la garantía de seguridad que une dos caminos personales en una misma dirección, alimenta día a día la necesidad de caminar juntos hasta el final, e impulsa los esfuerzos personales y conjuntos hacia la felicidad y realización plena. Demos una ojeada más detallada al que hoy comentaremos.
La confianza alimenta día a día
la necesidad de caminar juntos hasta el final
¡Qué alegría y felicidad al comprar u obtener tal o cual cosa! De ahí la frase "como niño con juguete nuevo", aludiendo al interés, y más a la atención y cuidado que se le da a la novedad conseguida. Si así tratas un juguete o accesorio de utilidad personal, ¿cuánto interés y cuidado demuestras por la persona que ha decidido vivir a tu lado y aseguras amar? La misma pregunta podemos trasladarla hacia los hijos, en caso de tenerlos. Con esto quiero resaltar que existe una conexión y nexo nítidos entre perseverar en la relación de pareja y la virtud de la confianza.
¿Dónde se encuentra esta conexión y este nexo? Entiendo la perseverancia como mantenerse firme y constante en una manera de ser y de obrar. Hay quien piensa que perseverar es muy parecido o sinónimo de aguantar o condescender, y no es así. Volvamos al ejemplo del juguete o accesorio nuevo. Quitado el envoltorio, lo exploramos, lo probamos para ver que funcione y lo cuidamos para que nos dure lo más posible. Tratamos de entender cómo funciona para usarlo convenientemente. Así somos los seres humanos. Exploramos, probamos y cuidamos, entre otras cosas. En una palabra: lo conocemos. La relación afectiva y cotidiana de una pareja, novios o casados, funciona igual. Dos personas se sostienen sobre la base del mutuo conocimiento, es decir, cómo piensa, habla, actúa y se desenvuelve cada una de las personas. No sólo, la motivación para seguir adelante con alguien necesita un cuidado en esa relación, una preocupación y atención por las cosas que les singularizan como pareja. Pero también llegarán pruebas, situaciones y circunstancias -buscadas o no por ambos-, que exigirán un posicionamiento de cada uno, concretado en decisiones.
Este conocimiento mutuo no termina nunca. Aquí entra la conexión de la que hablaba en el párrafo anterior. Perseverar en la vida junto a otra persona es el regalo más grande que existe. Es una locura perseverar a ciegas, sin saber algo más cada día de la persona a la que dices querer y amar, y con la que has planeado una vida. Repito, perseverar no tiene nada que ver con mero aguante en la relación. Seguir adelante por puro aguante indica debilidad de uno o ambos. Seguramente los miedos que se tienen para enfrentar ciertas decisiones o ajustar formas de ser pueden más que cuanto les unió en un inicio. O también que ciertos intereses prevalezcan, y la relación se transforme en convivencia de conveniencia. Nada que se parezca a la decisión primera y muy por lejos de compartir sus vidas. Prestemos atención a dos escollos que impiden la fluidez, recuperación y reciclaje en una pareja.
Primer escollo: No confundas las personas con objetos. Más vale hacerse a un lado a permitir que el egoísmo o la superficialidad gobiernen una relación. Todos tenemos una mayor o menor cantidad de este virus en nuestro interior. Es tan fácil ver a la otra persona como posesión que como protagonista en la vida. Por eso es muy dañino mantener lo que no se ama como compensación de lo que no se quiere hacer hacia quien dice amar. Preguntémonos, ¿qué tan egoístas somos con nuestras parejas?
El virus interior del egoísmo vacía o sustituye el sentido que la otra persona tiene para mi. Sin querer primero, y consciente después, reduce la convivencia a interés material o sentimental, derivando en sutil posesión afectiva y/o efectiva de la pareja. En lenguaje psicológico estamos ante un escenario de relación codependiente afectiva. El amor se ha transformado en contacto con la otra persona, a la que necesita para satisfacerse corporal o sensiblemente. Le llamo también una pseudo-convivencia limitada y limitante. Limitada porque pierde de vista la objetividad de la otra persona; limitante porque impide a la otra persona ser quien verdaderamente es, conformándose con una funcionalidad esclavizante, nada más. Se cierra la posibilidad de crecimiento y madurez mutua, porque el verdadero sentido de esta relación está bloqueado, reducido a placer y conveniencia material. Genera una adicción destructiva del uno hacia la otra persona, así llamada "adicción del amor". Es un terrible vicio, derivado del egoísmo en su versión más pura y brutal.
La superficialidad es una lacra interior que debilita la conciencia personal y acomoda la propia razón y voluntad a fines egoístas, como son la prevalencia de la imagen personal sobre la ajena y los gustos efímeros: rápidos de obtener, placenteros de experimentar y fáciles de sustituir o desechar. Basan la propia felicidad en lo fácil, cómodo y atractivo, rehuyendo de cuanto sea contrario a esto. Una clara demostración de relación en pareja donde uno o ambos llevan una vida superficial tiene alguno o varios de estos ingredientes: todo lujo de bienes materiales, mostrar y lucir su belleza física, disfrute de nuevas experiencias a toda costa, alardear viajes y compras, etc. Según la capacidad económica y social se ensancha o disminuye esta lista.
El problema de la persona o la relación de pareja superficial, es que deja de valorar las cosas que realmente importan en la vida, tanto personal como recíprocamente. Pone el valor en lo que está fuera de sí para aferrarse a las cosas que posee. Es una visión egoísta "light" sobre uno mismo y sobre los demás. No busca la posesión sino la satisfacción; no pretende hacer mal a nadie pero solo bien a sí mismo. Necesita ser admirado por los demás para funcionar como persona. Y claro, como el valor reside en lo externo y no en lo interno, el disfrute prevalece sobre la responsabilidad de sus actos. La conciencia personal está sedada o domesticada. La vida en pareja se convierte en relación de acompañantes. No suelen llegar al matrimonio estas personas, pues se conforman con "un tiempo juntos" para pasarlo bien. De ahí que el compromiso y responsabilidades no sean su fuerte.
Segundo escollo: si en la relación no eres feliz de verdad o la otra persona te comenta que no lo es contigo, ¿por qué será? Porque posiblemente han condescendido, acordado tácitamente, una vida mediocre. Como muchas de las enfermedades interiores, no se perciben con el tiempo, pero crecen progresivamente, La condescendencia es terriblemente fatal para una relación de pareja y una vida familiar. Condescender es pactar una convivencia juntos, pero cada quien a su ritmo. Suele fracasar a corto o medio plazo, y si aguantan más tiempo, será por debilidad de uno o ambos. Entiendo por mediocridad la baja calidad en la relación, la falta de valor o interés consciente entre ambos y la falta de capacidad resolutiva en la toma de decisiones que conciernen a cuanto les une.
La calidad en la relación baja cuando se relaja la apreciación por el otro. El verbo relajar o relajarse habla por sí solo. No se ven lo mismo, no se sienten uno parte del otro como antes. El desgaste del día a día mella la admiración el entusiasmo mutuo. Además, esta relajación lleva a una pérdida cuantiosa del valor e interés que se tienen. Paulatinamente se ven más las deficiencias que los bondades, y los fallos más que los aciertos. Un panorama gris y oscuro al que sumamos una falta de decisiones mutuas adecuadas, obtenemos el cóctel que amenazará constantemente la continuidad más o menos armoniosa de la relación.
La perseverancia nunca se tiene asegurada. Precisamente por esto, la fuerza que sustenta seguir juntos en pareja y en familia es enorme. ¿De dónde viene esta fuerza? De la confianza. El lugar que ocupa esta virtud referida a la perseverancia en pareja vale su peso en oro. El título de este espacio tiene sentido:la confianza alimenta día a día la necesidad de caminar juntos hasta el final. Cada palabra está medida, porque cada término plasma la objetividad de esta virtud.
La confianza alimenta, sí. Porque recicla los motivos y razones que validan el "hoy existencial" de cada uno. Nutrir la inteligencia y el corazón de alimento cotidiano robustece el físico y también el alma. Genera buenas defensas personales y mutuas para resistir a posibles reveses o malentendidos en la relación. Y este alimento y reciclaje, renovado, surte gran garantía de éxito. Es decir, una pareja y una familia rica en confianza tiene gran posibilidad de perseverar mejor.
La perseverancia es en sí misma una meta, no un fin. La mutua compañía, como reto que es, sugiere también una mutua necesidad de protagonismo. La confianza interpersonal refuerza esta necesidad vital de agarrarse mutuamente. Por un lado, para no infectarse de la fastidiosa mediocridad, que tanto confunde la razón y ofusca el corazón. Por otro lado, para resistir a las tentaciones egoístas y superficiales de relajación y pérdida de interés, que ralentizan la felicidad y complican la toma de decisiones acertadas.
Y este caminar juntos, en esta dirección y con este sentido, tiene un claro horizonte: hasta el final. Por final entiendo el término existencial y físico. Los contratos tienen caducidad, las relaciones de vida entre dos personas que se aman tienen, sin embargo, final. Es muy diferente. La caducidad es una fecha prevista y anticipada de término y expiración de actuaciones y responsabilidades sobre aspectos concretos. El final se refiere a la conclusión de la posibilidad para actuaciones y responsabilidades existencialmente completas y vitalmente realizables. Parece enrevesada la frase, pero no lo es tanto.
El nivel de compromiso -y por tanto de responsabilidad-, entre un contrato cualquiera civil y una formalización de relación de noviazgo en vistas a próximo matrimonio y después en el matrimonio, tienen algunos parecidos y muchas diferencias, El primero acota en el tiempo el respeto y acato de obligaciones por ambas partes en beneficio mutuo. El segundo amplía en el tiempo -además del respeto y las obligaciones por ambas partes y en beneficio mutuo-, la existencia completa de cada uno para bien de ambos. Son las personas las que se obligan a sí mismas, no las cosas a las personas. Por tanto las personas, en este ejercicio de obligación existencial (de la vida completa) se prometen y comprometen ir de la mano para vivir juntos en todo y para todo (la parte vital o material de la persona en cuanto tal). Por eso los esposos se prometen en la boda: "todos los días de mi vida". Aquí se certifica el horizonte existencial, que abarca la integridad personal de cada uno y el horizonte existencial (planes, retos, acuerdos) que juntos han de alcanzar.
La confianza marca este horizonte con nitidez y sin miedos. Hasta el final es sinónimo de "todos los días de mi vida". Alcanzar este sueño, hacerlo realidad, exige perseverar, y la confianza personal y mutua es capaz de brillar para perseverar hasta el final de la vida de cada uno. Reto complicado pero factible, no solo recomendable sino exigible. Sí se puede, claro que se puede. Imposible perseverar sin confianza, eso seguro. Imposible llegar hasta el final acompañados sin permanecer unidos y abiertos a dar lo mejor de cada uno cada día. Imposible amarse sin confiarse la vida el uno al otro. Imposible mantenerse fieles sin valorarse cada día, redescubrirse más y mejor, admirarse sin acostumbrarse. La perseverancia tiene sentido si hay un final, una meta, Y el valor del compromiso adquirido es completo, porque lleva a la felicidad y realización mutua. Este será el cometido del próximo artículo.
Esta reflexión sobre la perseverancia puede que sea un poco extensa, es verdad. No tenía pensado explayarme mucho. De todas formas, la ofrezco con la esperanza y confianza en ayudar a parejas, matrimonios y personas que puedan sentir flaquear este aspecto. Créanme, robustecer una relación de amor requiere más que una buena y necesaria terapia. Requiere capacidad de autocrítica y reciprocidad. La confianza une muy bien estos puntos para reciclar la relación, para reforzar el conocimiento mutuo, alimentar el interés y valor mutuos y fortalecer el amor que les une. Muchos fracasos podrían evitarse y muchos enlaces matrimoniales podrían prepararse mejor. Vale la pena.
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